Martes, 14 de Mayo del 2024

Últimas noticias

APARATO DIGESTIVO

Una enzima podría ayudar a tratar la intolerancia al gluten

JANO.es · 07 febrero 2008

Se trata de una prolil-endoproteasa del Aspergillus niger recién identificada, que ha mostrado ser capaz de degradar péptidos y proteínas del gluten en una simulación de laboratorio

Patxi Irigoyen no podía dar más de 10 pasos sin sentir que le faltaba el aliento. Una mucoviscidosis diagnosticada en la infancia le había convertido en un inválido. Con 26 años, un equipo médico del Hospital La Fe de Valencia le trasplantó ambos pulmones y Patxi recuperó su vida. Ahora, con 32, este joven inquieto preside la Asociación Navarra de Fibrosis Quística, participa en todos los encuentros sobre trasplantes que puede y no ha dejado de escalar cimas cada vez más altas. Una de esas aventuras, que le ha otorgado una inesperada popularidad, le llevó a coronar el Breithorn, una montaña de los Alpes de 4.164 m de altitud. Medicina Clínica (2007;129(9):339-42) ha publicado esa experiencia que llevó a cabo junto con un amigo y un equipo médico especializado.

– ¿Cómo recuerdas tu vida antes del trasplante?

– Siempre enfermo. Me diagnosticaron fibrosis quística a los 9 años, pero antes ya me encontraba mal. Hacía una vida normal dentro de lo que podía; seguía trabajando, procuraba practicar deporte... pero a partir de los 18 años mi función pulmonar empeoró mucho por una infección por pseudomonas, que es la cruz de los que padecemos esta enfermedad. A partir de ahí me concedieron la invalidez absoluta; algo que a esa edad es un auténtico golpe porque piensas que ya no vas a poder hacer nada más en la vida.

– Pero llegan unos pulmones nuevos para ti…

– Así es. En enero de 2001 recibo la llamada. Tuve una suerte tremenda porque eran un 100% compatibles conmigo. Por aquel entonces sólo tenía un 19% de capacidad pulmonar y me movía por el mundo con una botella de oxígeno en una mochila. Nunca quise silla de ruedas.

– Y retomas el deporte.

– Después de la operación mi vida dio un giro radical. Volví a hacer ejercicio y aunque aparqué la bicicleta empecé a nadar, a subir al monte y a hacer rutas de esas que los especialistas llaman “rompepiernas”. Incluso ascendí al Monte Perdido…

– Lo que provoca el estupor de los médicos de montaña. Cuéntanos eso.

– Acudí a unas sesiones sobre trasplante pulmonar y allí coincidí con Javier Botella, un médico miembro de la Sociedad Española de Medicina y Auxilio en Montaña. Comenzamos a charlar y casi por causalidad le comenté mis salidas. Él se extrañó de que pudiera subir tan alto (el Monte Perdido tiene 3.355 metros), porque a partir de 2.500 metros el organismo de cualquiera comienza a oxigenarse mal y se presuponía que un trasplante pulmonar dificultaría aún más la adaptación.

– Y entonces hacéis otra ascensión aún mayor…

– Pues sí. A partir de entonces entramos en conversaciones para hacer el estudio de Medicina Clínica. Yo le digo a todo que sí. En un primer momento me proponen subir en teleférico hasta la cima que se escoja y yo le digo que ni hablar. Estábamos todos asustados. Yo por los nervios de la aventura, de los preparativos y de lo que iba a ver. Ellos por lo que me pudiera ocurrir. Según me explicaron, había que considerar que mis pulmones no están conectados con mis nervios; son de otra persona. Además, estaba la reacción de los inmunosupresores, de las infecciones... muchas cosas de las que yo, la verdad, no era plenamente consciente.

– Pero llega el día y comenzáis a subir.

– Estaba muy ilusionado porque ésto ya era alpinismo de verdad y porque, además, me acompañaba mi amigo Koldo. Se lo propuse en medio del griterío de un concierto y se emocionó mucho; no lo dudó un momento. Todos los que subimos nos hicimos espirometrías y pruebas al nivel del mar para ver la función respiratoria y empezó la aventura-experimento.

– No obstante, todo estuvo a punto de irse al traste.

– Sí. Me dio una pájara (mal de altura, según el criterio de los especialistas) al segundo día y los médicos se asustaron mucho. Sin embargo, me fui a dormir y al día siguiente estaba perfectamente.

– ¿Qué sentiste al llegar a la cima?

– Javier Botella lo calificó de “momento mágico”. Yo también. Cuando llegué a ese desierto blanco y vi el paisaje impresionante sentimos mucha emoción. Pensé en lo que había sido mi vida anterior, todo lo que había pasado, y me sentí privilegiado. En ese momento estaba disfrutando de un momento y de un lugar que mucha gente no podrá ver nunca.

– Además, desde el punto de vista científico todo salió a la perfección.

– Eso parece (se ríe). Según las pruebas que nos hicimos no había diferencia entre mi función pulmonar y la del resto de la expedición.

– Javier Botella dice en el trabajo que vuestro trabajo no refleja más que un caso y que no hay que generalizar sus conclusiones a otros trasplantados, pero que supone una inyección de moral.

– Claro que sí. Mi experiencia demuestra que es posible. No todo el mundo puede subir a los Alpes, estén trasplantados o no, pero, a priori, el injerto no tiene por qué suponer un problema.

– ¿Has seguido con tus aventuras?

– Por supuesto, estoy tan contento de estar vivo y bien que tengo que aprovechar. Este verano hemos estado en Marruecos. Nos hemos adentrado hasta la frontera con Mauritania y Argelia. Además, he podido ir con mi chica, que es la que me centra. Empezamos nuestra relación justo antes del trasplante, me dijo que me estaría esperando. Ha sido estupendo poder estar en un sitio con montaña y desierto. Los contrastes son especiales.

– Tu ejemplo diario es más que suficiente para alentar a los que están en la misma situación por la que tú pasaste, pero, ¿qué les dirías?

– A los que tienen fibrosis quística les digo que hay que tratar siempre de hacer una vida lo más normal posible y que es fundamental mantener contacto con los demás para compartir experiencias, tratamientos y maneras de enfrentarse a la patología.

»A los que están esperando el trasplante les diría que no tengan miedo porque los beneficios superan con creces a los riesgos. A mí es lo mejor que me ha ocurrido. Ahora sé cómo respira una personal normal. Después de la operación, hay un período duro, pero hay que vivir.

Conclusiones de una aventura

Las conclusiones a las que llegan los autores del trabajo fueron, básicamente, que es posible que un paciente trasplantado de ambos pulmones alcance por su propio esfuerzo la cima de una montaña de 4.000 m, que es posible que esta ascensión se lleve a cabo sin que se produzcan alteraciones fisiológicas sustancialmente distintas de las que ocurren en montañeros sanos y, por último, que haberse sometido a un trasplante pulmonar no impide necesariamente la aclimatación a la altitud.

En cualquier caso, concluyen en el artículo, “el hecho de que un paciente trasplantado de ambos pulmones haya alcanzado por su propio esfuerzo la cumbre del Breithorn es un motivo de orgullo y esperanza para la comunidad de pacientes trasplantados, y también un motivo de estímulo y satisfacción para el personal sanitario que se ocupa de ellos”.

Copyright © 2024 Elsevier Este sitio web usa cookies. Para saber más acerca de nuestra política de cookies, visite esta página

Términos y condiciones   Politica de privacidad   Publicidad

¿Es usted profesional sanitario apto para prescribir o dispensar medicamentos?