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INMUNOLOGÍA

Uno de cada cinco trasplantados renales no cumple bien su tratamiento

JANO.es · 23 octubre 2007

La adherencia a la terapia inmunosupresora es fundamental para prevenir el rechazo, según destacaron especialistas reunidos en el Congreso de la Sociedad Europea de Trasplantes

El nivel educativo de una persona se correlaciona con su nivel de salud, y lo mismo ocurre con su estatus económico. En un sentido general esto es algo comprobado por numerosos estudios y ampliamente asumido, y no sólo por las compañías de seguros médicos. Se supone que la salud tiene la doble virtualidad de ser un ente conceptual a la vez que un bien de consumo, es decir, algo que, más allá de lo que otorga la naturaleza, se puede aprender y comprar en alguna medida. Cuanto mayor es la formación de una persona y su poder adquisitivo, más probabilidades tiene de disfrutar una buena salud. Pues bien, ahora resulta, o eso nos quiere hacer creer algún estudio, que la salud objetiva del cónyuge es un predictor de similar fiabilidad y potencia que la educación y el dinero. Esto quiere decir que cuando una persona supera la edad media de la vida y tiene buena salud es más probable que su pareja también la tenga que si, en cambio, la salud de esa persona es precaria. Como quiera que las verdades -sobre todo las medias verdades- hay que apuntalarlas con datos, la reciente investigación de estos hechos y circunstancias, publicada en el número de septiembre de la revista Social Science and Medicine, nos muestra que si una persona de más de 50 años goza de una salud excelente tiene un 5% de posibilidades de que la salud de su cónyuge sea regular y sólo un 2% de que sea mala; en cambio, si la salud de esa persona es mala, dichas posibilidades se elevan a un 24% y 13%, respectivamente.

El mundo de la pareja es ciertamente inescrutable y sorprendente, pero lo que viene a atestiguar este estudio, más allá de la fiabilidad y certeza de estos datos, es algo tan conocido como difícil de medir y generalizar: la influencia del medio ambiente (doméstico) en la salud. ¿Cómo no iba a existir cierta correlación entre la salud de una pareja si por regla general comen lo mismo, respiran el mismo aire e incluso los mismos malos humos, conviven con los mismo alérgenos y gérmenes, beben lo mismo y están sometidos a similares tensiones con los hijos y demás familia? Pero es que, además, cumpliendo esa ley de que la atracción entre lo semejante (la contraria también es cierta, pero más infrecuente), ¿no es cierto que la gente tiende a emparejarse con personas de similares estudios, nivel económico y demás etiquetas sociales, por no hablar de una semejante psicopatología? Siendo esto así, el estudio en cuestión añade bien poco a lo ya sabido y lo mucho ignorado sobre el universo de la pareja. Cuando la enfermedad entra en casa, sobre todo cuando es grave o crónica, afecta no sólo al enfermo sino a todos los que le rodean. Al autor del estudio, Sven Wilson, profesor de ciencia política en la Brigham Young University de Estados Unidos, no le falta razón cuando afirma que algunas políticas de salud deberían enfocarse no sólo al individuo sino también a la pareja. Pero tampoco hay que caer en el absurdo de pensar que no hay enfermos sino parejas enfermas.

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