GINECOLOGIA

Campaña de prevención del cáncer de cuello de útero

JANO.es · 11 diciembre 2007

Bajo el lema “STOP Cáncer de cuello de útero”, trata de reunir firmas para presionar a la Comisión Europea con el fin de que aumente los programas preventivos contra este tipo de tumor

Un triunfador inadaptado

Las reglas sociales hacen del hombre una víctima casi perfecta para que gran parte de la vida quede determinada casi antes de nuestro nacimiento. El guión de los capítulos está escrito en los deseos de nuestros progenitores, de nuestros futuros maestros, amigos… Este guión no suele ser ni siquiera el producto de los anhelos ni de los sueños de nadie, suele estar definido por lo que cada sociedad ha enjuiciado como perfecto, como óptimo, lo que considera éxito o fracaso.

Gauguin desarrolló su juventud como un perfecto francés triunfador del siglo XIX. Dedicado a la bolsa, con gran éxito profesional y felizmente casado con una excelente esposa y madre de origen danés, Paul habría podido tener una de las existencias más anodinas y triunfadoras de la historia de la humanidad. Nadie sabe si el espíritu indómito de su abuela, la feminista Flora Tristán, si el origen peruano de su familia materna, sus años de infancia en Lima o la revolución de espíritu que la pintura supuso para él fueron los responsables de que el “perfecto” hombre de negocios y padre de familia comenzara a sentir la imperiosa necesidad de pintar, de buscar a través de los cuadros. Las circunstancias ayudaron al pintor con una estrepitosa caída de la bolsa en 1882, momento que aprovechó para dejar su convencional trabajo y dedicarse a la pintura. El hecho de tener cinco hijos y de vivir en Dinamarca de su familia política no parecía importarle. Sin embargo, las disputas con su mujer la cual no estaba tan contenta con el nuevo ritmo de vida de su marido, hicieron que Gauguin dejara plantada a su prole con su madre en el frío Copenhague y se marchara de nuevo a Francia a convivir con intensidad casi sectaria con pintores como Van Gogh. Desde ese instante, ya nada en la vida del pintor sería convencional. Se convirtió en un hombre que sólo podía responder a su impulso de búsqueda, cuyos resultados iba plasmando en sus cuadros cada vez más personales, cada vez más del inconfundible estilo Gauguin. Francia le oprimía, Europa le resultaba un sin sentido y empezar a tener éxito casi de un modo fácil (como lo tuvo como agente de bolsa) terminó por asfixiarle. Y como a muchos, un viaje iluminó su espíritu: Panamá y la Martinica fueron sus puertas a la aventura. Paul reconoció en las nuevas tierras la pureza que no sentía en Europa y se embarcó hacia la Polinesia.

Las islas de sur y la enfermedad

En Polinesia, Gauguin afianzó su pasión por el color como modo de expresión de las sensaciones, de la esencia del sentido del hombre. Al contemplar los cuadros del pintor francés uno cree oler y oír el trópico, transmiten la sensación de encontrarnos en el mejor rincón del mundo, como si todo lo demás no importara. Sin embargo, la vida de Paul allí no fue del todo fácil y la miseria y la enfermedad comenzaron a atormentarle incluso en el paraíso. Poco a poco perdía visión, que era la mayor tortura para alguien enamorado de la forma y el color; se sintió solo y después de dos años volvió a Francia con una de sus amantes polinesias. Parecía que la aventura exótica del indomable artista había acabado y que, como era lógico, permanecería el resto de su vida en la cómoda Europa donde además tenía prestigio y estaba muy considerado. Pero una vez repuesto, comenzó a sentir que aquella vida le resultaba artificial: “¡Qué vida tan tonta la forma de vida de los europeos!” escribió. Diagnosticado de sífilis, la culpable de esa ceguera progresiva, de sus dolores de cabeza y de muchas de las lesiones de su piel, volvió a viajar a Polinesia para no regresar jamás.

Gauguin, libre de su propia vida, deja que el color de sus cuadros no exprese sólo las líneas exactas de la realidad, consigue una alianza casi mágica entre su pintura y los sentimientos y pensamientos más puros del hombre. Roba con sus cuadros momentos a la eternidad. Vive de un modo libre y anárquico, encontrando en la sexualidad y el modo de vida nativo toda la inspiración. Poco a poco se va deteriorando su salud y de lo que más se queja Koke (como le llamaban los nativos) era que ya las mujeres polinesias no se le metían en la cama del modo desaforado con que lo hacían hasta entonces. La moral de Gauguin ha sido uno de los aspectos más cuestionados de su vida, poco le importó su diagnóstico de sífilis y fueron incontables sus amantes a las cuales contagió la enfermedad (muchas de ellas jóvenes de catorce años). La sífilis, como a otros tantos a lo largo de la historia, fue poco a poco apagando su vida con sufrimiento. Dicen que también tuvo lepra, pero quizás las lesiones de sus piernas fueron también producto de la sífilis. Muchos criticaron su modo de vida y vieron de manera puritana en su enfermedad un castigo por sus amoríos tropicales, pero, probablemente, la sífilis que le torturó hasta el final de sus días fuera una bacteria europea contraída en sus años de juventud.