OBSTETRICIA
Ansiedad y depresión en futuras madres
JANO.es · 21 noviembre 2007
Estos trastornos frecuentes en embarazadas pueden tener graves consecuencias tanto para la mujer como para su hijo
Pues en nuestra biblioteca ¿Y cuando los anaqueles ya no admiten más volúmenes…? ¿Cuando el letradicto casi ha forrado sus paredes con más y más libros, desde el suelo hasta el techo…? ¿Cuando incluso llega a amontonarlos en donde sea…? Mala o nula solución. En la mayoría de los hogares, pronto se acaba el espacio para las sucesivas baldas del bibliómano que no renuncia a su devoción. Pero a no mucho tardar llega el momento dramático de tener que prescindir de parte de su biblioteca. ¿Y cómo procederá? Los libreros de viejo cada vez se interesan menos por volúmenes que no sean algo excepcionales. También a ellos les falta espacio. Tampoco abundan las instituciones que en tiempos se hacían cargo de nuestros libros. ¿Qué hacer?
Y todavía: puestos a deshacernos de libros, ¿cuáles son los prescindibles, y a qué manos irán a parar? Dramático momento, éste de tomar una decisión poco menos que imposible. Sin embargo, hay que tomarla. Y tal vez por esto de día en día, junto a los contenedores de basura y aun dentro de ellos, aparecen volúmenes vergonzosamente abandonados. Triste espectáculo. ¿Inevitable? Parece que sí. El letradicto necesita espacio no sólo para los libros que posee, sino también para los que adquirirá. Tendrá que elegir y sacrificar. No le consolará pensar que si escoge el contenedor del papel, por lo menos el libro será convertido en pasta que volverá a ser página impresa. Triste consuelo. A lo mejor recuerda aquel verso de Quevedo en el que se pondera encontrarse sólo “con pocos pero doctos libros juntos…” Nada de esto convence a quien lleva años, toda una vida, amparado por una biblioteca testimonial.
Según parece, un 40% de los españoles no lee ni un libro al año. Éstos no tienen problema de espacio, y se asombran, lo he visto más de una vez, cuando entran en una casa en la que hay tantos libros. Apenas lo comprenden. ¿Será cuestión de alquilar espacio en el piso del vecino que no lee?... El letradicto necesita sus libros cerca, muy cerca, aunque la proximidad a menudo es más visual que física. Cuando para alcanzar un volumen hay que subir una escalera, malo. El libro que sin dificultad no se halla al alcance de la mano… ¿Y si se ha cometido el error de la doble fila? Las bibliotecarias barcelonesas llamaron “la metafísica” a esa doble fila que adosa volúmenes junto a la pared, y que resultan ocultos por los que, en primer lugar del anaquel, nos muestran el lomo. Tal “metafísica” zona de la biblioteca acaba por engullir en el olvido. No es raro que el letradicto pierda memoria de los títulos que tiene… Así pues, formulo de nuevo la pregunta que encabeza estas líneas. Y si usted, lector, puede contestarme…