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Decálogo para luchar eficazmente contra la obesidad

JANO.es · 29 octubre 2007

VIII Congreso de la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad se clausuró con la aprobación y difusión de la llamada "Declaración de Zaragoza"

Al llegar a Sarajevo, la primera toma de contacto con la ciudad se establece a menudo a través de la tristemente conocida como "Avenida de los Francotiradores", que conecta el centro con el aeropuerto. Se llamó así porque durante la guerra los francotiradores serbios que se ocultaban en las colinas y edificios circundantes solían disparar a los civiles que pasaban por ella. Hoy la avenida está repleta de grandes anuncios publicitarios y se ve surcada por el paso continuo de tranvías. En ella encontramos el flamante Hotel Holiday Inn, pintado de un amarillo intenso y que durante la guerra fue el alojamiento de los corresponsales extranjeros. Y justo al otro lado el antiguo Parlamento, un edificio de unas 40 plantas y todo un símbolo de la resistencia. Se conserva en pie toda la fachada, pero su interior está totalmente destruido y así parece que va a seguir como recuerdo de aquel horror. No es la única imagen que recuerda la guerra. Sarajevo padeció un sitio de 3 años que machacó completamente 35.000 edificios y que afectó a todos más o menos. Todavía hoy es difícil encontrar una casa que no luzca sus agujeros de bala, incluso en el más recóndito de los callejones.

Las huellas de los 1.395 días que duró el cerco de Sarajevo con los más de 300 impactos de misil diarios que cayeron sobre la ciudad no son fáciles de borrar en una década. Y mucho menos olvidar los 12.000 muertos y 50.000 heridos que hubo aquí durante la contienda. Han pasado 10 años desde la conclusión de la guerra de los Balcanes, que puso fin a un asedio que nos parecía increíble que pudiera estar pasando en el centro de la civilizada y democrática Europa. Porque Sarajevo está más cerca de lo que uno puede imaginarse. Apenas a dos horas de avión.

Recobrar la normalidad

Tras los acuerdos de Dayton y la paz firmada en París en marzo de 1996, Sarajevo volvía a quedar reunificada. Empezaba el largo y difícil camino de la reconstrucción. Hoy, una década después, la capital bosnia parece recobrar la normalidad. Tranvías de colores van y vienen bordeando el río, hay innumerables cafés en las calles y los lugareños pasean arriba y abajo por la calle Ferhandija, la principal arteria peatonal del centro. Las calles han retomado el ritmo y los comercios trabajan siempre con los ojos puestos en el turismo, que renace a muy buen paso. Los bares y terrazas de la calle Strosmajerova se han convertido en el punto neurálgico de las reuniones de los más jóvenes, mientras los mayores juegan acaloradas y pasionales partidas de ajedrez con piezas gigantes en enormes tableros dibujados en el suelo de algunas plazas. En el fondo, Sarajevo pudiera recordar a cualquier lugar de Turquía e incluso alguien la ha bautizado ya como el Jerusalén del viejo continente. Hoy, con la mitad de población que entonces, los habitantes de Sarajevo tratan de volver a los tiempos en que la ciudad fue sede de los Juegos Olímpicos de Invierno de 1984.

La herida terrible del asedio

El rió Miljacka, con su docena de puentes que lo cruzan, baña esta ciudad enclavada en un bello entorno montañoso. De todos esos puentes, el más famoso e histórico es el Puente Latino. Fue construido por primera vez en 1541 y muy cerca de él asesinaron a los herederos de la monarquía austrohúngara, hecho que motivó el estallido de la primera guerra mundial. No falta el bosnio que, comparando ambas situaciones, recuerda de la primera que alguien disparó dos balas en Sarajevo y Europa se incendió, pero que en 1992, cuando empezó el asedio, se arrojaban cada día toneladas de artillería sobre la misma ciudad y Europa ni se inmutó.

Tienen razón, y basta con contemplar cómo los cementerios son visibles desde cualquier lugar y forman parte desde entonces del paisaje urbano. Arriba, en las colinas, asoma el blanco óseo de las lápidas de los sepulcros. Las tumbas escalan la ladera en una procesión interminable. Es impresionante. En Sarajevo, muy pocos se libran de tener alguien a quien llorar. Los dos cementerios de la ciudad quedaron durante la guerra en territorio ocupado y en la línea del frente. La gente se vio obligada así a enterrar a sus muertos en antiguos cementerios, en los jardines de las mezquitas, en los parques e incluso en las zonas residenciales. Incluso se llegó a ocupar el césped de un campo de fútbol y otras zonas verdes aledañas al estadio de Kosevo, sede de la ceremonia inaugural de los Juegos de Invierno de 1984. A menudo el agresor bombardeaba los cortejos fúnebres, así que muchas tumbas se preparaban durante la noche.

Los bombardeos no respetaban nada ni a nadie. Los mercados fueron los únicos lugares donde los habitantes de Sarajevo podían comprar comida. Pero también los sitios que preferían los agresores, y en ellos hubo muchos muertos y heridos. Durante el asedio, el Mercado Central fue el más seguro, pero se convirtió en el escenario de las 3 masacres de civiles más atroces. La última ocurrió en agosto de 1995 y se saldó con 41 muertos y 85 heridos. El atentado desencadenó el ataque de la OTAN y la firma de los acuerdos de Dayton.

Memoria quemada

Como recuerdo de la guerra, la primera visita obligada, suele ser la Biblioteca Nacional, el edificio más bonito de Sarajevo y, como tal, uno de los que más sufrió las consecuencias del asedio. Se trata de una joya arquitectónica de estilo morisco que contenía más de un millón de libros, algunos de ellos ejemplares únicos muy valiosos. El 25 de agosto de 1992, un bombardeo selectivo la destruyó totalmente. Se quemaron documentos y manuscritos de incalculable valor y con ellos toda la memoria histórica de la ciudad. Dicen que será un día que Sarajevo nunca olvidará. Actualmente, el edificio aún conserva su inalterable belleza, pero bajo las heridas mortales que los proyectiles dejaron en su fachada. El interior sigue en fase de rehabilitación.

Coexistencia de religiones

Entre la tranquila mayoría musulmana, todas las religiones se dan cita aquí. Sarajevo dicen que es el único lugar donde aún coexisten, en una distancia inferior a 200 metros, la mezquita más grande de Europa, una catedral católica, una iglesia ortodoxa y una sinagoga. Basta recordar que durante más de 400 años convivieron pacíficamente musulmanes, serbios, croatas, turcos, judíos, gitanos y otras etnias. La artillería serbia quiso acabar con todo eso. En parte lo consiguió. Antes de la guerra, Sarajevo fue un ejemplo de tolerancia y eran normales los matrimonios entre musulmanes y cristianos. Hoy eso es más difícil.

El centro histórico

Curiosamente, la Biblioteca Nacional sirve de puerta de entrada a la Bascarsija, el barrio turco que con su pintoresco bazar repleto de comercios es hoy nuevamente una de las partes más vivas de la ciudad y ha sido invadida por turistas. Es una zona tomada por el aroma del cevapcici y la pita, comidas rápidas y exóticas que los extranjeros devoran desde primera hora de la mañana. Eso sí, nada de cerveza ni bebidas alcohólicas. El barrio turco está considerado también el centro histórico de la capital bosnia y su corazón es la preciosa y coqueta Plaza de Sebilj. Los cafés de esta plaza se convierten en los mejores miradores para observar el gran mosaico multicultural que forman las gentes de Sarajevo. Y es que resulta conmovedor descubrir cómo sus habitantes no se resignan a enterrar el pasado y se apresuran a reconstruir la ciudad tolerante que siempre disfrutaron.

Mas información. Oficina de Turismo de Sarajevo. Zelenih Bereti 22 A. Sarajevo.

Tel.: +387 33 220 724 y 220 721. www.sarajevo.ba.com

Texto y fotos: Javier Sulé

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