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JANO.es · 02 abril 2008

La Organización Mundial del Autismo exige a las autoridades soluciones inmediatas para ofrecer una atención adecuada

En 2007 se cumplen 80 años de la denominada Generación del 27, nombre con el que se conoció la pléyade de autores que se reunieron en Sevilla con motivo de la celebración del tricentenario de la muerte del poeta barroco Luis de Góngora, por quien todos ellos sentían una especial admiración.

El homenaje a Góngora

La alta consideración poética en que tenían los que acudieron a Sevilla al gran poeta cordobés, en torno a cuya memoria se unirían tras la publicación del libro Antología poética en honor de Góngora, de Gerardo Diego, fraguó un homenaje que celebrarían con un entusiasmo que los llevó a enfrentarse públicamente a una crítica oficial y académica que juzgaba negativamente los grandes poemas barrocos del vate andaluz. En las famosas fotografías que se obtuvieron de ese renombrado grupo (formado estelarmente por quienes se dieron cita el 16 de diciembre de 1927 en el Ateneo de Sevilla, invitados por Ignacio Sánchez Mejías para participar en un homenaje que, sin embargo, se celebraría en el salón de actos de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, ubicada en la calle Rioja), no estaban todos los que eran ni eran todos los que estaban, pues algunos faltaban y otros sobraban, pero el año elegido por los integrantes de ese grupo para homenajear al gran poeta cordobés, 1927, le sirvió a los estudiosos para darle nombre a un grupo irrepetible de poetas: Jorge Guillén, Pedro Salinas, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Emilio Prados, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre, Dámaso Alonso y Gerardo Diego, todos ellos colaboradores de la revista Litoral, uno de cuyos números, con portada de Juan Gris, fue dedicado a Góngora. No todos ellos prestaron su imagen para la fotografía incompleta del grupo irrepetible de poetas que pasarían a la historia como Generación del 27.

Renovar el lenguaje poético

Si bien el grupo no estaba completo y en la imagen obtenida por el fotógrafo del diario La Unión figuraban algunos personajes sin relevancia intelectual alguna, se trataba de la representación visible de una nómina de intelectuales que con el transcurrir de los años sería alargada por historiadores y estudiosos de la literatura, algunos de los cuales han hecho figurar hasta 48 nombres, partiendo para ello de la proximidad del nacimiento e inscribiendo en esa lista a escritores, comediógrafos y poetas nacidos entre 1881 (tal es el caso de Fernando Villalón) y 1910, año del nacimiento de Miguel Hernández. A quienes todavía siguen empeñados, puede que con razón, en alargar esa nómina, se unen quienes no acaban de aceptar lo de “Generación del 27”, muchos de los cuales nos hablan de “Generación de la Dictadura”, “Generación de 1925” e incluso de “Generación de las vanguardias” o “Generación de la amistad”. Intentos vanos por rebautizar lo que había sido bautizado y querer cambiar, acaso buscando una mayor precisión, una concreción más acorde con la existencia e importancia literaria de quienes no estuvieron en la famosa foto sevillana pero tenían voz y voto en la poesía española, una denominación de origen que se resiste a perder una identidad que nadie logra apear del pedestal semántico donde fue colocada años después de las célebres instantáneas, pues el grupo de intelectuales que homenajeó al gran poeta cordobés estaba llamado a pasar a la historia de la literatura como Generación del 27. De modo que no mareemos más la perdiz y dejemos así lo que así está. Y pasemos página, porque lo esencial es que todos ellos iban a rescatar la poesía y la música tradicionales y populares empleando métodos y recursos propios de las vanguardias, con predominio de versos libres y métrica y rima irregulares, combinando tradición y modernidad. A todos los unía un anhelo: renovar el lenguaje poético a partir del amor a la poesía.

La influencia de Juan Ramón

Y al aceptar el término Generación del 27 como definición, pasamos página como hemos dicho, y nos encontramos con la insoslayable presencia de un Juan Ramón que, desde la Residencia de Estudiantes, con su estímulo y su indiscutible genio poético —tal vez sin pretenderlo—, refuerza las ilusiones y las pasiones poéticas de quienes estaban llamados a insuflar de vigor y aires vanguardistas a la poesía, de quienes habían elegido a un Góngora denostado por la oficialidad académica, para hacer una declaración de principios en pos de una poesía que buscaba los nexos comunes entre la tradición literaria culta y popular española con los aires vanguardistas que soplaban en Europa y en nuestro país. Y de la renovación del lenguaje poético sabía mucho Juan Ramón, un hombre que estaba llamando a revolucionar y mover los cimientos de la poesía, cuyo influjo se dejó sentir sobre el grupo a través de su alto magisterio poético y de su búsqueda apremiante y febril de esa poesía pura que en expresión de Jorge Guillén “es todo lo que permanece en el poema después de haber eliminado de él todo lo que no es poesía”, frase que tiene su respuesta mejor y más hermosa en el célebre verso juanramoniano, No le toques ya más, que así es la rosa, toda una declaración de intenciones, una referencia difícilmente superable a la necesidad de dar por acabada la obra bien hecha que lo dice todo de las ansias de perfección poética del vate de Moguer, cuya necesidad de perfección y exigencia estética rayaba en lo patológico. Esa perfección que Juan Ramón se exigía a sí mismo sería compartida por los integrantes del grupo poético del que se dispone más información en España.

La Residencia de Estudiantes

Para los integrantes de la Generación del 27, la mayoría de los cuales tuvieron la oportunidad de contactar con la tradición literaria en el Círculo del Centro de Estudios Históricos que dirigía Ramón Menéndez Pidal, la Residencia de Estudiantes, institución inspirada en el krausismo de la Institución Libre de Enseñanza que dirigía Alberto Jiménez Fraud, tuvo una importancia nuclear —de lugar de estudio y encuentro, de relación entre personas de aspiraciones afines, de centro ideal para el intercambio de ideas y anhelos, de catapulta y tribuna pública— que nadie cuestiona. Ahí confluyeron la tradición, la vanguardia, el surrealismo y el ingenio de un grupo que no fue en modo alguno monolítico ni homogéneo, subdividido por historiadores en neopopularistas, como Rafael Alberti y Federico García Lorca, o surrealistas, como Vicente Aleixandre o Luis Cernuda. Pero no hablemos de las tendencias ni de las corrientes poéticas en las que por fuerza habría que inscribir a los miembros de la Generación del 27 si esto fuera un estudio y no, como es, un reportaje escrito a vuelapluma para honrar a una generación poética a la que le movió, al margen de todo estilo, una voluntad común: renovar el lenguaje poético, insuflarle aires nuevos a partir de una actitud que les llevó a buscar una perfección formal y conceptual que le diese frescura y alas a la expresión poética. Y la historia se ha encargado de demostrar que ese objetivo fue cumplido.

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