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NEUROLOGÍA

El envejecimiento de la población aumentará los casos de Parkinson

JANO.es y agencias · 25 febrero 2008

Especialistas participantes en la X Reunión de Controversias en Neurología abordaron este problema y los retos terapéuticos que plantea

Apuntar que la ciencia nos va a sacar las castañas del fuego es mucho decir. En realidad lo que sí hace es acercarnos a lo que somos, retratar parcialmente la naturaleza humana.

Referentes biográficos

Nacido en Lisboa, Antonio Damasio es doctor en medicina por la universidad de su ciudad natal (1974). Es profesor de la Universidad de Southern California y director del Institute for Neurological Study of Emotion, Decision-Making, and Creativity. Junto con su esposa Hanna Damasio, ha creado en la Universidad de Iowa un laboratorio para la investigación de la percepción, usando a la vez el método de lesión y la imagen funcional. Sus trabajos han tenido gran influencia en la comprensión de las bases neuronales de la toma de decisiones, las emociones, el lenguaje y la memoria.

Nuestro colega portugués, neurobiólogo y reciente ganador del Premio Príncipe de Asturias de la Ciencia 2005, realiza en su último libro1 algunas aproximaciones a la bioética. Procedamos a sistematizar con espíritu crítico algunas de sus ideas.

Para Damasio hay dos grandes explicaciones del hecho moral. Por un lado lo que él llama “la escuela escocesa”, encarnada sobre todo por Hume y Adam Smith, que da preeminencia a las emociones de simpatía y solidaridad en la creación de una consciencia moral. Y por otro lado la opción kantiana, que carga las tintas en la razón, con el proyecto de sustentar una ética desde postulados incontrovertibles. En ambas escuelas reconoce Damasio ventajas y limitaciones, pero acaba por asumir la posición escocesa con ciertos matices: “Considero que el papel de las emociones y sentimientos en la justicia va mucho más allá de las emociones morales heredadas evolutivamente. [...] La simpatía natural nos ajusta al problema del otro, pero el dolor sentido personalmente [...] nos permitiría movernos de la simpatía a la empatía [...]. La información proporcionada por las emociones y los sentimientos no sólo puede ser utilizada para crear mejores instrumentos de justicia, sino para crear condiciones en las que la justicia sea más viable”1 (pág. 297). Es decir, las emociones de solidaridad pueden impulsar a la razón para que analice y mejore sus instituciones, y nos conduzca a una mejora social progresiva.

Experiencia clínica

A la luz de estas ideas, Damasio puede ser considerado como un emotivista moral. Esta posición la deriva de su experiencia clínica. Le impresionó sobremanera la falta de capacidad decisoria de pacientes con daños neurológicos frontales, y la disociación que sufrían entre “saber que algo estaba bien o mal hecho” y su incapacidad para realizar el acto apropiado. Los enfermos con lesión en la superficie orbital prefrontal son incapaces de hacer lo que creen que es su deber, porque se derrumba una de las piezas que conectan sus valores de vida —recordados correctamente— con el impulso de actuar. Saben lo que debieran hacer, pero son apáticos.

Siguiendo a William James, Damasio postula que en el acto de tomar una decisión —pongamos, por ejemplo, comprarnos unos zapatos— tenemos un abanico de sentimientos que acuden en nuestra ayuda. La teoría del marcador somático de Damasio2 nos dice que, literalmente, experimentamos una sensación agradable o desagradable antes de ejecutar un acto, es decir, la mente nos regala con un trailer de cómo nos vamos a sentir haciendo o habiendo hecho el acto que planificamos —o justamente no haciéndolo—. Cuando este gatillo para la acción se nos estropea, sencillamente nos volvemos apáticos hacia todo y todos.

Las decisiones éticas no tienen un aparataje diferente, nos dice Damasio, sino que aprovechan los recursos neurobiológicos propios de toda decisión. La neurobiología ha identificado daños muy graves en este aparataje, daños que literalmente impiden tomar decisiones aun cuando mantengamos intacto el juicio... ¿Cuántas otras lesiones mucho más sutiles —nos advierte Damasio— nos quedan aún por descubrir?... Lesiones que vician o corrompen el proceso de decisión. Surge entonces una duda muy grave: ¿es apropiado hablar de responsabilidad moral en personas que tal vez tengan lesiones de este tipo “sin diagnosticar”?

Darwinismo social

Pero no acaban aquí las aportaciones de Damasio. Como buen conocedor de la obra de E.O. Wilson, y una buena formación filosófica, apuesta por cierto darwinismo social. A lo largo de la evolución, nos dice, los seres humanos más cooperativos se encontrarían en ventaja frente a los más competitivos, y las emociones empáticas y solidarias serían selectivamente potenciadas. Esta idea ya la encontramos en Darwin3, y las consecuencias sociales y éticas han venido a denominarse darwinismo social.

Hay una versión primitiva del darwinismo social según el cual “todo está bien si gana el más fuerte”. El nazismo tuvo cierta inspiración así, y el mismo Darwin comparó a los humanos con rebaños de ovejas susceptibles de selección. Pero la posición de Damasio se enmarca en el evolucionismo ético más avanzado, según el cual tenemos predisposiciones hacia la empatía como hacia la crueldad, y va a ser el debate social y las instituciones de las que nos dotemos las que inclinarán la balanza. En este punto muchos detractores del evolucionismo ético se frotan las manos: ¡con la razón hemos topado! Porque, en efecto, ¿cómo vamos a construir el proyecto de persona humana sin deliberar, sin aportar argumentos y sin apelar a razones? ¡Al fin queda claro que las emociones y sentimientos pueden tener cierto papel instrumental, pero que a la postre la humanidad será guiada por la razón!

Damasio parece conformarse con este diagnóstico. En el último capítulo de su último libro1 apela a la nueva oportunidad que tiene la humanidad iluminada por el faro de la ciencia. La neurobiología por fin nos descubre nuestra naturaleza más íntima, “que no es ni buena ni mala”, porque la naturaleza es indiferente al bien y al mal. Son los mecanismos de homeostasis social los que van a funcionar, y en la medida en que el ser humano funcione de manera equilibrada y gozosa experimentará alegría. “Lo espiritual es un índice del esquema de organización que hay detrás de una vida que está bien equilibrada, bien templada y bien intencionada”1 (pág. 263).

Caer en el cientifismo

No creo que Damasio saque en este punto las conclusiones filosóficas a que toda su obra anterior le conducía. Apuntar que la ciencia nos va a sacar las castañas del fuego es mucho decir. En realidad, lo que sí hace la ciencia es acercarnos a lo que somos, retratar parcialmente la naturaleza humana. Pero en tal caso, ¿qué entender por instituciones “humanas y humanizadas”? ¿Cuál es la organización social capaz de hacer progresar al ser humano hacia lo mejor de sí mismo, partiendo de esta naturaleza humana? ¿Y cómo definir lo que tal objetivo pueda ser? Eudald Carbonell, en otro libro asaz ambicioso5, tropieza con las mismas dificultades. Ambos caen en cierto cientifismo, a saber, pensar que la ciencia es el camino de iluminación. Ganan el aplauso de la audiencia, superan un escollo enorme, pero... nadie ha fundamentado seriamente esta opción. Más bien se ha fundamentado la contraria: es imposible definir vida “equilibrada, templada y bien intencionada” desde la ciencia.

Una segunda limitación en el discurso de Damasio es su renuncia a profundizar en la responsabilidad moral de las personas. ¿Acaso muchas personas condenadas, e incluso ajusticiadas por sus faltas, con todos sus circuitos cerebrales debidamente reparados, no nos dirían: “Habéis sido injustos conmigo, yo sencillamente fui víctima de un cerebro dañado”? ¿Cuál sería la frontera entre tener el cerebro mal y ser malo? ¿Debe renunciar la neurobiología al concepto de maldad? Porque, si seguimos seriamente el argumento que nos ofrece Damasio, resultaría que una parte de la población reclusa tal vez no sería cien por cien responsable de sus actos. Es lo que ha venido en llamarse fraude piadoso: la justicia dejaría probablemente de tener una función disuasoria si admitiéramos que hay más enfermedad que maldad, y actuáramos en consecuencia.

Visión de especie

Por otro lado, si es verdad que todo el edificio moral es un truco evolutivo para crear homeostasis social... ¿por qué razón creernos los mandatos éticos? ¿No quedarían desnaturalizados, relativizados e incluso superados en el punto en que lo descubrimos? ¿No sería este momento el que anunciaría que el ser humano está tomando las riendas de la evolución?

Pero tenemos más preguntas para Damasio. Si nuestro interés fundamental es preservar la vida humana, y así nos viene por genética, ¿por qué no adoptar lisa y llanamente una visión de especie en los dilemas morales? “Bueno” sería lo que nos beneficia como especie. Este utilitarismo de especie ha venido en llamarse “especieísmo”, y consiste en primar a los humanos por el simple hecho de que somos más inteligentes y fuertes que las otras especies animales. Pero lo útil para nosotros puede que no lo sea para otras especies animales... ¿qué hacer entonces? Pongamos que debiéramos seriamente aplicar políticas restrictivas de natalidad para salvar a muchas especies animales de una hecatombe —y tal vez para salvarnos a nosotros mismos—... ¿Dónde queda el concepto de dignidad humana en un escenario de este tipo? El valor de la vida humana, ¿no se fundamenta precisamente sobre cierto especieísmo?

Finalmente, si procediéramos a sacar todas las consecuencias filosóficas de un emotivismo basado en la neurobiología, no podríamos estar de acuerdo en que la última palabra la tiene la razón. Argumentaríamos con Michael Ruse6 que, efectivamente, la razón entra con derecho propio en el debate moral, pero durante y sobre todo al final de cualquier debate van a generarse nuevas emociones y nuevos sentimientos, y van a ser éstos —y no las “buenas” razones esgrimidas— los que a la postre impulsarán nuestros actos. Los cruzados se lanzaron sobre las praderías moras matando a diestro y siniestro movidos... ¡por amor cristiano!... Algo similar ocurre ahora mismo en Iraq... ¿No tenemos derecho a dudar seriamente de la razón? ¿No resultaría más convincente que argumentáramos que el componente emocional en la mayoría de decisiones humanas prima y vicia todo el proceso? ¿Por qué necesita Damasio volverse racionalista en un mundo tan desquiciado?

Conocer a Spinoza

Estas líneas sobre el pensamiento de Damasio no quieren restarle ni un ápice a su excelente trabajo y a su merecido premio. Le ocurre a Damasio, desde la medicina, lo que a Eudald Carbonell desde la paleontología: aplican con decisión el bisturí de su inteligencia a las áreas científicas que les competen, pero quedan aturdidos al ver los terremotos que sus hallazgos causarían si se extrapolaran a la vida cotidiana. Sucumben entonces a los lugares comunes, por ejemplo al cientifismo —pensar que la ciencia nos sacará del embrollo—, y sobre todo a lo que llamo “síndrome del aplauso”, consistente en ofrecer al final de sus obras suficiente dosis de esperanza y buenas intenciones como para reconciliar a todos los lectores y asegurarse el aplauso general. De lo que no cabe duda alguna es que Damasio reflota y ayuda a conocer a uno de los más grandes librepensadores de todos los tiempos, Spinoza, por cierto vacunado contra el síndrome del aplauso. De alguna manera... ¿nos indica Damasio que debemos buscar otros espinozas que nos ayuden a repensar el mundo? Creo que sí, y que empieza a ser urgente encontrarlos. Aunque lo que van a decirnos, previsiblemente, nos dolerá... ¡y mucho!

“Damasio nos dice que literalmente experimentamos una sensación agradable o desagradable antes de ejecutar un acto, es decir, la mente nos regala con un “trailer” de cómo nos vamos a sentir haciendo o habiendo hecho el acto que planificamos”.

Bibliografía

1. Damasio A. En busca de Spinoza. Neurobiología de la emoción y de los sentimientos. Barcelona: Crítica; 2005.

2. Damasio A. Descartes´ error. Nueva York: Putnam´s Sons; 1994.

3. Darwin C. El origen del hombre. Madrid: ME Editores; 1995. (Véase comentarios a dicho libro en Borrell F. Redescubriendo a Darwin. JANO 2000;1344:2174-5.)

4. Harris M. Nuestra especie. Madrid: Alianza Editorial; 1989.

5. Carbonell E, Sala R. Aún no somos humanos. Propuestas de humanización para el tercer milenio. Barcelona: Península; 2000.

6. Ruse M. La significación de la evolución. En: Singer P, editor. Compendio de ética. Madrid: Alianza Diccionarios; 2000.

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