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Trastornos psicológicos frecuentes en los enfermos de Parkinson

JANO.es y agencias · 21 febrero 2008

Hasta un 80% de los afectados experimenta depresión, el 65% trastornos sexuales y alrededor del 20% brotes psicóticos leves como consecuencia de la medicación

Severo Ochoa de Albornoz nació el 24 de septiembre de 1905 en Luarca (Asturias), y fue el pequeño de siete hermanos. Perdió a su padre con siete años y, poco después, su familia comenzó a pasar los inviernos en Málaga en busca de un clima más benigno. Es en esta ciudad donde cursó los estudios de secundaria y donde conoció al joven y brillante Eduardo García Rodeja, su profesor de química, que consiguió despertar en él el interés por las ciencias de la vida.

En 1921, cuando termina su bachillerato, ya tiene la intención de dedicarse a la biología. En aquellos tiempos, la carrera de medicina era prácticamente el único acceso a las ciencias biológicas y, aunque Ochoa nunca tuvo la intención de dedicarse a la práctica asistencial, ingresó en 1922 en la Facultad de San Carlos de Madrid, atraído por el ejemplo de su más ilustre profesor, Santiago Ramón y Cajal (Premio Nobel de Medicina en 1906). Sin embargo, el joven asturiano no tuvo la fortuna de recibir el magisterio de Ramón y Cajal, que se había retirado un año antes de que cursara histología (“No puedo describir lo decepcionado y triste que me sentí cuando me di cuenta de que el septuagenario Cajal se había retirado de la cátedra”).

Sin embargo, la lectura de sus obras, junto con las enseñanzas del Dr. Juan Negrín, en aquel momento uno de los profesores más brillantes de la facultad de medicina; una conferencia en Madrid dictada por el fisiólogo argentino Bernardo Houssay (Premio Nobel en 1947), y el empuje del farmacólogo Teófilo Hernando fueron los “culpables” de su temprana vocación investigadora.

Palabra de Severo

“La lectura de las obras de Cajal abrió para mí las puertas de un mundo que me atrajo con fuerza irresistible: el de la investigación biológica”

“Si os apasiona la ciencia haceros científicos. No penséis lo que va a ser de vosotros. Si trabajáis firme y con entusiasmo, la ciencia llenará vuestra vida”

“El amor es física y química”

“Una mujer puede cambiar la trayectoria vital de un hombre”

“En principio, la investigación necesita más cabezas que medios”

“Me he dedicado a investigar la vida y no sé por qué ni para qué”

“En mi vida hay algo que ha merecido la pena, y no es la investigación científica, sino el haber tenido su amor. ¿Cómo puede sorprenderse nadie de que diga que mi vida sin Carmen no es vida?”

“Muchas veces he dicho que la guerra civil me dio el empujón para marcharme de España, pero me hubiera ido de todos modos. Aunque sea triste decirlo, casi siempre me encontré mejor en el extranjero que en España. Pura y simplemente, porque pude trabajar mejor fuera”

Inicio investigador

En 1925, cuando cursaba el tercer curso de medicina, empezó a desarrollar su carrera investigadora en el laboratorio de fisiología que el Dr. Negrín había creado en la Residencia de Estudiantes. En el verano de 1927, gracias a una beca de la Junta para Ampliación de Estudios (JAE), se trasladó al Laboratorio de Fisiología de la Universidad de Glasgow, que dirigía Noël Paton. Ese mismo año escribe con Hernández Guerra el legendario manual Elementos de bioquímica.

En 1929, una vez terminados sus estudios universitarios y el doctorado, prosigue su formación en centros de excelencia de prestigio mundial. Así, trabaja en Berlín con Otto Meyerhof (Premio Nobel de Medicina en 1923) en el mismo instituto en el que también trabajaba Otto Warburg (Nobel en 1931). Más tarde, se traslada a Londres donde investiga con Harold Dudley y Henry Dale (Premio Nobel de Medicina en 1936); en Heidelberg, de nuevo con Meyerhof; en Plymouth, con Hill; en Oxford, con Peters y finalmente, en el Departamento de Bioquímica de la Facultad de Medicina de St. Louis (Misuri, Estados Unidos) con el matrimonio Carl y Gerty Cori (Premios Nobel de Medicina en 1947). En 1931, durante una de sus estancias en España, se casó con la gijonesa Carmen García Cobián.

En 1933, regresó a Madrid como profesor auxiliar de fisiología en la facultad de medicina. Allí continuó con su trabajo en el laboratorio de fisiología del Dr. Negrín, que ya se había trasladado a la recién inaugurada ciudad universitaria, y asistió como oyente a los cursos sobre física y química orgánica que impartían, respectivamente, Arturo Duperier y Enrique Moles.

Un largo exilio

Tras el estallido de la guerra civil, en noviembre de 1936, inicia en Heidelberg, de nuevo junto con Meyerhof, un largo peregrinar huyendo de dos guerras que le acabaría llevando a Estados Unidos en 1940. Pero ni la guerra civil ni la posterior guerra mundial frenaron su carrera investigadora. Así, cuando su trabajo en Oxford se vio interrumpido por la segunda guerra mundial, decidió marcharse a Estados Unidos. En 1942, da por finalizada su etapa de formación y empujado por Carmen, su mujer, acepta una plaza en el Departamento de Medicina de la Universidad de Nueva York y comienza su propia carrera científica. Desde ese momento y hasta su jubilación en 1974, su carrera científica se desarrolla en esa facultad de medicina, en la que ocupa, sucesivamente, los cargos de director del departamento de farmacología (1946-1954) y de bioquímica (1954-1974).

Al jubilarse en 1974, se traslada con su equipo al Instituto Roche de Biología Molecular de Nueva Jersey. Desde 1977, dirige también un grupo de investigación en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa (CBMSO) de Madrid, que se creó gracias a su entusiasmo y apoyo. En 1986, regresa definitivamente a España, al CBMSO, donde continúa su labor investigadora. El 5 de mayo de ese mismo año muere su esposa, un golpe del que jamás se recuperaría. Severo Ochoa fallece en Madrid el 1 de noviembre de 1993 a los 88 años.

Año 1959, el Nobel

Tras sus importantes contribuciones al mejor conocimiento de la glucólisis, el ciclo de Krebs, la fosforilación oxidativa, la fotosíntesis y el metabolismo de los ácidos grasos, llega el descubrimiento de la polinucleótido fosforilasa. En 1955, el grupo de Ochoa conseguía sintetizar, por primera vez en el tubo de ensayo, el ARN, la molécula que posibilita la transformación del ADN en proteínas, con la ayuda de una enzima, la polinucleótido fosforilasa, descubierta y purificada previamente en su laboratorio. Por estos trabajos fue galardonado con el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1959, compartido con Arthur Kornberg, por “sus descubrimientos del mecanismo de la síntesis biológica del ácido desoxirribonucleico y del ácido ribonucleico”. Este premio le estimuló para que en cinco años, en dura competencia con los laboratorios de Marshall Nirenberg y de Gobind Khorana, lograra el completo desciframiento de la clave genética. Además, Ochoa investigaría los mecanismos de la expresión génica de los virus ARN, la biosíntesis de proteínas en bacterias y, finalmente, la regulación de la síntesis de proteínas en células superiores.

Un hobby: la bioquímica

Una anécdota explica por qué Severo Ochoa estuvo durante más de cincuenta años a la vanguardia de la bioquímica y la biología molecular, y describe perfectamente su amor y su entusiasmo por la ciencia. A finales de los años cuarenta asistió con su mujer a una fiesta en honor de los Premios Nobel Loewi y Dale, y se le pidió que firmara en el libro de asistentes e indicara, además, cuál era su hobby. Sin dudarlo, escribió: la bioquímica.

Más información: La Fundación Lilly ha patrocinado la publicación de Severo Ochoa, biografía esencial, una obra escrita por Marino Gómez-Santos.

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