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JANO.es y agencias · 04 junio 2008

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Hace ya muchos años, cuando yo trabajaba en Tot Art, un programa de cultura, el primero, por cierto, en lengua catalana de Televisión Española, me tocó entrevistar a Josep Pla en el Mas Llofriu, donde vivía. En cuanto me vio, el gran escritor y no menos gran misógino trató de escandalizarme con sus opiniones acerca de las mujeres. “Mucho mejor –me dijo– que os dediquéis a freír huevos que a escribir.” ¿Todas?, le pregunté. “Todas”, me contestó rotundo, apurando su colilla. ¿Se referirá usted a las jóvenes –insistí– a Montserrat Roig, a Maria Antònia Oliver, a mí misma... pero no a Mercè Rodoreda? “¿Rodo qué? —preguntó él— ,querrá usted decir Rodolada... La Rodolada ¡A la cocina...!

” Naturalmente, me negué a que se emitiera esa parte de la entrevista. Las opiniones de Pla iban más allá de la boutade de un viejo cascarrabias antifeminista y el jueguecito lingüístico (rodolada significa en catalán algo así como “extraviada”) rayaba en el insulto más grosero. Desde aquel día mi admiración por el autor del Quadern gris, no así por su obra —que es estupenda—, cayó en picado.

Rodoreda, en cambio, el mismo año en que recibía esa coz de Pla aseguraba en una entrevista: “Tengo una gran admiración por Josep Pla y considero que se ha sido poco justo con él; el día que se muera se le otorgarán todos los honores que deberían habérsele dado en vida. Si alguna vez se ha desviado un poco, se le puede perdonar por su gran obra. Nadie hablará de Cataluña ni de sus pueblos como ha hablado Pla”.

Los desvíos de Pla a los que aludía Rodoreda eran políticos y públicos. El escritor ampurdanés perteneció a los servicios secretos de Franco durante la guerra, mientras que la mayoría de los escritores catalanes tuvieron que marcharse al exilio. Por el contrario, la alusión de Pla era de un machismo recalcitrante. Venía a decir que si las mujeres, en general, no deben escribir —escribir es cosa de hombres— y sí limitarse a los trabajos domésticos —la cocina lo es por antonomasia, y Pla tenía buen diente— las rodoladas, en particular, mucho menos aún tenían derecho a salir del espacio doméstico.

En 1960 Pla estuvo en el jurado del primer Premi Sant Jordi en el que Rodoreda había presentado su novela La plaça del Diamant con el título de Colometa. El escritor ampurdanés aseguró que no podía ganar una obra que tenía nombre de sardana y no ganó... Ganó Enric Massó con la novela Viure no és fàcil, de la que hoy nadie se acuerda. La plaça del Diamant, en cambio, pronto se convirtió en un texto de referencia, gracias, en gran parte al editor Joan Sales, y se tradujo a numerosas lenguas. No sé hasta qué punto las malevolencias de Pla pudieron pesar en sus compañeros de jurado, y si éstos tenían parecida opinión de la escritora, a la que muchos colegas consideraban ya en los años anteriores a la guerra civil una casquivana porque, a pesar de estar casada, se decía que tenía amantes.

Entre las críticas que he podido leer sobre sus obras anteriores a su exilio me ha llamado la atención la de Luis Burbano, que, a propósito de la concesión del Premi Crexells a la novela Aloma escribe: “Rodoreda indudablemente es bonita. Pero de una belleza suave, poco llamativa, de una belleza que atrae sin acabar de definirse, que se proyecta sin alardes, que produce una sensación amable sin recabar admiraciones”. Burbano dedica gran parte del artículo a glosar la belleza de la escritora cuyas “novelas son muy de mujer” y acaba advirtiendo a los admiradores de Rodoreda que “está casada y tiene un hijito de ocho años...”.

Estoy segura de que el tono de Burbano hubiera sido muy distinto si hubiera juzgado la obra de un hombre. De ningún escritor ni entonces ni ahora se suele puntualizar si es guapo o feo, si está soltero o casado, si tiene o no “hijitos”.

Afortunadamente para ella y para todos, Rodoreda contó a lo largo de su carrera de escritora con críticos tan serios, como Joaquim Molas, Carme Arnau o Roser Porta que se han dedicado con indudable acierto a analizar su obra y con una serie de biógrafas —de Montserrat Casals a Mercè Ibarz— que han tratado de profundizar en la personalidad de la escritora sin descartar la historia de sus amores. Un aspecto que ella guardó siempre para sí misma, negándose a confiar sus intimidades. Por eso lo mejor que podemos hacer si queremos conmemorar su centenario es leerla y quizá a través de sus personajes femeninos, a través de Aloma, de Natalia-Colometa, de Teresa Goday de Valldaura podamos penetrar en su mundo. El de ficción, tan lleno de su propia vida que, al fin y a la postre, fue el que más le importó.

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