NEUROLOGÍA
La THS no previene la demencia
JANO.es · 22 abril 2008
Un estudio publicado en el American Journal of Epidemiology muestra que el uso prolongado de esta terapia no se asocia a una reducción del riesgo de Alzheimer, tal como habían sugerido anteriores investigaciones
Occidente está inquieto. Teme que el bienestar se agote. Y necesita chivos expiatorios a los que descargar el difuso malestar. Nadie mejor que los políticos, para esta función expiatoria. El político de hoy ejerce básicamente de pararrayos del malhumor social. Pero los políticos no están solos en la arena del circo.
Artistas, toreros y famosos de pacotilla son despellejados con gran ardor. La folclórica en horas bajas recibe más estopa que la ministra pillada en un renuncio. En pocos años, la prensa rosa ha perdido todo su almíbar. Ahora llega a los quioscos empapada en ácido sulfúrico. El fenómeno no es nuevo. Antaño, en tabernas o patios de vecindad, se hablaba de todo, pero principalmente de las rarezas del señorito y de los cuernos de la cuñada. La novedad no está en el chismorreo, sino en el poder de intimidación del medio en el que se produce. El sarcasmo, el insulto y el hostigamiento se practican ahora en el Gran Vecindario de la Televisión. El género tiene un gran éxito. Lo tenía ya en la vieja Roma. En el coliseo actual de la televisión, los famosos más débiles, los vencidos, y muy especialmente los que han fracasado, son despellejados por las fieras para disfrute de la despiadada audiencia. En la arena del plató se enfrentan patéticos gladiadores. Y son hostigados hasta la náusea deprimentes tipos caídos en desgracia. Aunque las agresivas cámaras también se atreven con los fuertes, si encuentran resquicios en los que hurgar. Sucedió con la princesa Letizia, cuando su hermana Erika se suicidó. Y ha sucedido con la primogénita del rey, Elena, al separarse de Marichalar.
Con frecuencia, los fieros atacantes televisivos usan un argumento moral para justificar el acoso: puesto que alguna vez la víctima ha vendido su intimidad, ahora debe aguantar cualquier intromisión en su vida privada. El argumento es más que inquietante. Es algo así como decir que puede violarse una mujer tantas veces como se desee porque alguna vez se prostituyó. El éxito del chismorreo sulfúrico debe ser analizado como una avanzadilla del populismo venidero. Expertos en sadismo social y conductores del resentimiento colectivo dominan la arena televisiva. Gracias al poder intimidador del medio, obtienen enormes beneficios: acosando sin cesar, despojando a los ciudadanos de sus derechos individuales. Así crecieron los fascismos en los años treinta. Alerta, pues, con la consolidación del odio catódico y del sadismo televisivo. Es un calmante social que no tiene marcha atrás.