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JANO.es · 28 noviembre 2007

Según un estudio del London Breast Institute del Hospital Princess Grace Hospital (Reino Unido) , las mujeres que viven en ciudades tienen mamas más densas, lo que las hace más propensas a desarrollar tumores

En mayo de 1907 vinieron al mundo dos personas que acabaron convirtiéndose en auténticos iconos del séptimo arte, dos intérpretes radicalmente distintos, de ideas políticas enfrentadas, pero admirados al fin y al cabo. Hepburn fue una personalidad rebelde toda su vida. Wayne, por su parte, conservador hasta la médula bajo su sombrero de cowboy, fue para muchos el ideal americano, un modelo que no sentó nunca nada bien a los grupos liberales de su país.

Un espíritu liberal

Durante toda su vida, Kate Hepburn fue un modelo de mujer independiente y nunca quiso entrar en el llamado “juego de Hollywood”. Muchos de sus papeles reflejaban en cierto modo su carácter, como Susan, de La fiera de mi niña, Tracy, de Historias de Filadelfia, Tess, de La mujer del año o Amanda, de La costilla de Adán (1949).

No concedía entrevistas, casi siempre llevaba pantalones y evitaba maquillarse y posar para los fotógrafos. Ella decidía en todo momento su propio destino, en contra de todos los ejecutivos de los estudios que querían decidir por ella. “Soy altiva, caprichosa e idealista”, decía de sí misma. Pero su innegable talento y su personalidad permitieron que siempre saliera adelante. Al fin y al cabo, tal como dijo, “si obedeces todas las reglas, te pierdes todo lo que es divertido”.

Ultraconservador americano

John Wayne no sólo fue famoso como actor sino también por sus ideas políticas, que no le granjearon precisamente las simpatías de los sectores liberales del país. Durante la segunda guerra mundial —a la que no fue, pese a su declarado patriotismo—, ayudó a fundar la Alianza de Cine para la Preservación de los Ideales Americanos, una organización política de derechas de la que acabó siendo presidente. Afirmaba que él tenía muy clara la “supremacía del hombre blanco”, al menos “hasta que los negros tengan la suficiente educación como para desempeñar un papel importante en la sociedad americana”.

Con el fin de expresar esos “ideales americanos” a su manera, dirigió y protagonizó en 1960 El Álamo, una superproducción que fracasó en la taquilla. También codirigió con Ray Kellogg un panfleto propagandista a favor de la guerra de Vietnam, Boinas verdes (1968). Y entre otras perlas, tachó de “antiamericanas” películas como Solo ante el peligro (1952), de Fred Zinnemann, o Grupo salvaje (1969), de Sam Peckinpah.

El Partido Republicano le propuso a finales de los años sesenta presentarse como candidato en la carrera hacia la presidencia de Estados Unidos. Rechazó la idea diciendo que su país no se tomaría en serio a un actor. Naturalmente, eso fue antes de que Ronald Reagan llegara a la Casa Blanca. La verdad es que John Wayne fue mucho más famoso, hasta tal punto que una encuesta de 1970 lo situó como el segundo hombre más célebre de la historia de Estados Unidos, sólo por detrás de Abraham Lincoln.

KATHARINE HEPBURN nació el 12 de mayo de 1907, hija de un urólogo y de una sufragista. Desde niña fue estimulada a ser individualista y a pensar por sí misma. Decidió ser actriz en la adolescencia, pese a las reticencias de su padre, y pronto comenzó a cosechar algún que otro éxito en los escenarios de Broadway. Gracias a su interpretación de la princesa amazona Antíope en A Warrior Husband, fue llamada a Hollywood, donde la llegada del cine sonoro forzó la búsqueda de nuevos talentos procedentes del teatro.

Pero sus primeros años fueron duros. En su primer rodaje (Doble sacrificio, 1932), sus enfrentamientos con el protagonista John Barrymore hicieron historia. “¡Gracias a Dios que no tengo que volver a actuar con usted!”, le espetó Hepburn al actor cuando acabó la película. “Oh, querida, no me había dado cuenta de que lo hubieras hecho”, fue la respuesta.

Veneno para la taquilla

La fiera de mi niña (1938) se considera hoy un clásico de la comedia, pero en su día fue un fracaso tal que el director Howard Hawks fue despedido del siguiente proyecto que tenía con la RKO. Fue la gota de colmaba el vaso de los fiascos económicos en la escasa filmografía de la actriz, quien fue obligada a renovar su contrato a la baja, y le colgaron la etiqueta de “veneno para la taquilla”. Buena parte de la prensa coincidió en afirmar que la arrogante Katharine Hepburn había tenido “justo lo que merecía”. Además, en aquellos años intentó hacerse con el papel más codiciado por todas las actrices de la época: encarnar a la Escarlata O’Hara de Lo que el viento se llevó. La entrevista con el productor David O. Selznick fue corta. El magnate cinematográfico simplemente le dijo: “¡No me imagino a Clark Gable persiguiéndote durante diez años!”.

Sin embargo, lo que muchos no sabían es que aquella crisis fue crucial en la carrera de la actriz. Volvió a la costa este para dedicarse al teatro. De aquella época se recuerda su romance con el magnate Howard Hughes, así como el éxito teatral de Historias de Filadelfia. Y lo que hizo Kate no fue otra cosa que comprar los derechos cinematográficos de esta obra para volver a Hollywood con ellos bajo el brazo, donde eligió ella misma quiénes serían el director —George Cukor— y sus compañeros de reparto —Cary Grant y James Stewart—, quien ganó gracias a esta película su único Oscar.

Tracy, el amor de su vida

De su biografía, uno de los aspectos más comentados fue su duradera relación amorosa con Spencer Tracy, con quien hizo pareja en nueve películas, desde La mujer del año (1942) hasta Adivina quién viene esta noche. Tracy murió 17 días después de que concluyera el rodaje de este film, y Katharine aseguró que nunca lo vio por los dolorosos recuerdos que le traía. Debido a sus convicciones religiosas, Spencer Tracy nunca se divorció de su mujer, pese a estar separado desde hacía años.

En su memoria, cuando comenzó el rodaje de En el estanque dorado, entregó el gorro de pescador de Spencer Tracy a Henry Fonda, quien lo llevó puesto a lo largo de toda la película. Progresista, rebelde e independiente, con más de 90 años no dejaba de bañarse día tras día en las playas de su Connecticut natal, cualquiera que fuera la temperatura.

“No tengo miedo a morir —dijo hacia el final de sus días—; morir tiene sus virtudes, se acabaron las responsabilidades. Cualquiera con un cerebro y a mi edad sabe que se tiene que acabar y, aunque muchos se preocupan, yo no me asusto tan fácilmente.”

“La muerte será un alivio. ¡No habrá más entrevistas!” Son palabras de la que ha sido, a juicio de muchos, la mejor actriz cinematográfica de la historia, Katharine Hepburn, fallecida el 29 de junio de 2003 a la edad de 96 años.

Kate Hepburn ostenta el récord de hacer sido la actriz que ha acaparado mayor número de Oscares. El primero, con Gloria de un día (1933) al poco de llegar a Hollywood. Décadas después obtuvo dos premios en años consecutivos gracias a Adivina quién viene esta noche (1967) y El león en invierno (1968). El último lo ganó en la vejez por En el estanque dorado (1981). Además, fue nominada a mejor actriz en otras ocho ocasiones por películas memorables como Historias de Filadelfia (1940), La mujer del año (1942), La Reina de África (1951) y De repente, el último verano (1959).

Diez obras emblemáticas

• Gloria de un día (Morning Glory, 1933)

• La fiera de mi niña (Bringing Up Baby, 1938)

• Historias de Filadelfia (The Philadelphia Story, 1940)

• La mujer del año (Woman of the Year, 1942)

• La costilla de Adán (Adam’s Rib, 1949)

• La Reina de África (The African Queen, 1951)

• De repente, el último verano (Suddenly, Last Summer, 1959)

• Adivina quién viene esta noche (Guess Who’s Coming to Dinner, 1967)

• El león en invierno (Lion in Winter, 1968)

• En el estanque dorado (On Golden Pond, 1981)

JOHNWAYNE era su nombre artístico —lo escogió en 1930 el director Raoul Walsh—, pero en realidad se llamaba Marion Morrison. Y su apodo Duke —o Duque— era en realidad el nombre de su perro. Nació en Winterset (Iowa) el 26 de mayo de 1907. Su padre era un farmacéutico que, debido a una enfermedad respiratoria, tuvo que trasladarse con su familia al sur de California en busca de un mejor clima. El joven Marion se crió en un rancho del desierto de Mojave e iba a la escuela con su hermano montado a caballo. Creció hasta alcanzar 1,94 m de estatura y aspiraba a ser un buen jugador de fútbol americano cuando un verano logró un trabajo en un estudio de cine como chico de los recados.

Se cuenta que uno de sus quehaceres en una producción de 1928 dirigida por John Ford era cuidar un grupo de ocas. Las aves, con él detrás, se metieron sin querer en una toma que Ford estaba rodando, lo que desencadenó la cólera del irascible director. Sin embargo, al ver la cara desencajada que se le había quedado al joven Marion, Pappy estalló en carcajadas. Fue el inicio de una larga relación personal y profesional. Por cierto, al cabo del tiempo, John Wayne se compró un yate al que llamó La Oca Salvaje, en recuerdo de aquel encuentro.

Salto a la fama

Por esa época comenzó su andadura en el cine, en ocasiones con la ayuda de Ford, pero siempre en westerns de bajo presupuesto para compañías de segunda y tercera fila como Republic o Monogram. Hasta 1939 no tuvo un papel relevante en el cine con mayúsculas. Fue precisamente Ford quien se decidió a utilizarle como protagonista de La diligencia, un rodaje en el que Wayne tuvo que sufrir constantemente humillaciones por parte de su presunto “amigo”, pues Ford lo abroncaba en todas las tomas, insultándolo delante del resto del equipo. El actor tuvo la suficiente inteligencia y sangre fría para no partirle la cara, pues sabía que era su gran oportunidad en Hollywood.

Y así fue. Se convirtió en el cowboy por excelencia del cine americano. A las órdenes de Pappy trabajó en un buen número de importantes títulos de la historia del cine, entre ellos Fort Apache (1948), El hombre tranquilo (1952) o Centauros del desierto (1956).

Ford fue quien creó y modeló a su antojo a aquella estrella de cine que conocemos como John Wayne. Una vez, el montador Robert Parrish preguntó al director por qué Wayne estaba mejor como actor en La diligencia que en otras películas de otros directores. Ford le contestó: “Coge papel y lápiz y cuenta el número de veces que habla en La diligencia y en Hombres intrépidos”. Parrish contó, en total, 14 veces, a lo que Ford respondió: “Así es como consigues que sean buenos actores. ¡No los dejes hablar!”.

El final del cowboy

Fumador de hasta cinco cajetillas diarias de tabaco, a los 57 años le extirparon el pulmón izquierdo a causa de un tumor, aunque en su momento sólo se divulgó que tenía “congestión respiratoria”. Posteriormente pasó más veces por el quirófano, en ocasiones por motivos puramente estéticos: los estudios le obligaron a quitarse la papada y a usar peluquín. Sin embargo, las enfermedades siguieron haciendo mella en su salud. En 1978 fue intervenido del corazón para reemplazar una válvula cardíaca y un año después le extirparon el estómago a causa del cáncer. Cinco meses después, el 11 de junio de 1979, uno de los grandes mitos del cine fallecía en Los Ángeles, un hombre que no confiaba “en los que no beben” y que pensaba que “el western era el género cinematográfico más cercano al arte”.

Una cláusula en los contratos de Wayne especificaba que nunca podía morir asesinado en sus películas. Fue el protagonista en 142 filmes, aunque casi siempre con papeles similares. “En todas mis películas quiero representar a un hombre real. Los hombres tienen que ser duros, buenos y valientes, nunca mezquinos. Que nunca busquen pelea, pero que nunca la rehúyan si es necesario”, decía.

John Wayne trabajó a las órdenes de grandes cineastas, como Henry Hathaway en El fabuloso mundo del circo (1964) o Valor de ley (1969), o Howard Hawks, quien lo dirigió en Río Rojo (1948), Río Bravo (1959) y Río Lobo (1970), además de en la africana Hatari! (1962).

Cuando ganó el Oscar en el ocaso de su carrera por Valor de ley, dijo: “Si hubiera sabido que con un parche en el ojo ganaba este premio, me lo hubiera puesto hace cuarenta años”, en referencia al barrigudo y tuerto Rooster Cogburn, personaje que le proporcionó aquel galardón.

Diez obras emblemáticas

• La diligencia (Stagecoach, 1939)

• Fort Apache (1948)

• Arenas sangrientas (Sands of Iwo Jima, 1950)

• El hombre tranquilo (The Quiet Man, 1952)

• Centauros del desierto (The Searchers, 1956)

• Río Bravo (Rio Bravo, 1959)

• El Álamo (The Alamo, 1960)

• El hombre que mató a Liberty Valance (The Man Who Shot Liberty Valance, 1962)

• Hatari! (1962) • Valor de ley (True Grit, 1969)

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