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El colesterol a mediana edad aumenta el riesgo de Alzheimer

JANO.es · 17 abril 2008

Un estudio finlandés muestra que niveles elevados entre los 40 y los 45 años de edad elevan las probabilidades de desarrollar la enfermedad neurológica en un 50%

César González Ruano murió en olor de maleva santidad franquista. Era el gran periodista de la época (antes y sobre todo después de la guerra civil) y escribió unas buenas memorias, Mi medio siglo se confiesa a medias, muchas semblanzas, novelas, poesía y biografías. Ruano fue un gran hombre de letras, pero su prosa novelística es demasiado fugaz, ligera, y su poesía (aunque indudablemente bien hecha) no tiene sello o dicción propia. Él supo en vida que fracasaba como poeta, y creo que lo sintió… Sus muchos admiradores no han logrado rescatar al prosista González Ruano más que como articulista y buen escritor menor. No es mucho. Sin embargo, Ruano sigue llamando la atención y ha tenido su verdadero último triunfo. Si como escritor es discutido, nadie lo discute como personaje, y ahí están su leyenda y sus fotos.

Delgado, elegante, fumador, con manos patricias de uñas lacadas y un bigotillo hacia arriba, ese hombre de ojos intensos tiene algo del marqués que quiso ser (marqués de Cagigal, pero el depuesto Alfonso XIII, en Roma, se hizo el sueco) y también no poco de bohemio y de tahúr de altos vuelos. A Ruano, desde joven, le gustaron los perdedores y los malditos, porque ése era su rumbo, aunque su esnobismo le llevara a apoyar a las derechas. Según la mayoría de los que le conocieron —yo hablé de él con Cela, con Umbral y con Jesús Pardo, al menos— Ruano era un golfo con chic. O más lejos, un algo depravado y un mucho sinvergüenza. Pardo me recitó una coplilla que Ruano le hizo (o dijo) a cierta señora: “En Guadalajara hay un hotel / sólo un hotel / nadie sabe para qué. / Tú lo sabes, yo lo sé”. Parece que eso era Ruano, lleno de deudas y líos múltiples, el mismo que le dijo a la monja de un sanatorio donde estaba internado y que quería impedirle escribir su artículo diario: “no, hermanita, no se confunda, lo mío es como lo suyo, vocación”. Y naturalmente, aquel hombre que se inflaba a medicamentos, escribió su artículo… ¿Cómo es que no existe una biografía cabal de César González Ruano, si resulta que no sólo a él le gustaba el género, sino que su vida parece resultar su gran obra de arte? En España es mala y pobre la tradición de la biografía, y además algunos creen, harto equivocadamente, que biografía y hagiografía son la misma cosa. Y claro, ni para Ruano ni para otros muchos vale la ecuación. Hace poco José Carlos Llop, fino escritor mallorquín, ha publicado una sutil novelita (París: suite 1940) cuyo tema, tratado con elegantes veladuras, es la vida que Ruano hizo en el París ocupado por los nazis, donde parece que mercadeó con arte falso o no, presuntamente engañó a ricos judíos que buscaban huir, y gozó de la “mala vida” dorada de los colaboracionistas. Verdad que terminó unos meses en una cárcel —la de Cherche Midi— a manos de la Gestapo. Pero si la novela de Llop es buena, no aclara el problema, sino que lo sobrevuela de enigmas. ¿Cómo fue la vida de Ruano en el París nazi? Y antes aún: ¿cómo fue la vida de Ruano en aquellos paraísos de arte y vicio que eran los pueblecitos mundanos de la costa amalfitana, al sur de Italia? De todo tenemos múltiples signos y sospechas, pero poco sabemos con certeza. Dicen que Ruano, en Cuenca (donde también tuvo casa), gastaba mozo de comedor, pero alguien presenció esta escena. Al poco del almuerzo llamaron a la puerta y el criado llegó al saloncito donde el señor y un invitado tomaban café:

–Es el tendero de abajo, señor, que si puede Ud. salir un momento…

Ruano salió (alto, pausado, desgarbado, dandi) y se encontró al airado dueño de la tienda de ultramarinos al que, desde hacía un mes, se le debían quinientas pesetas de las de los años 50. Muy señor y sin inmutarse, Ruano le dijo:

–Mire, Paco, en este momento no las tengo. Pero venga usted conmigo a la lechería, que el lechero me las presta.

Naturalmente, Paco el de los ultramarinos, dijo que no faltaba más, que también él se las prestaba y que seguiría esperando. ¿Cómo toserle a todo un caballero, y tan distinguido? César jamás dejó de jugar esa carta de alcurnia y dispendio, mientras se decía que era un mujeriego, que sólo era voyeur, que vendía a su esposa, y hasta que era un lolitero, término al parecer usado ya por Onetti…

Lo curioso es (de nuevo) que circulando tal caudal de leyenda y no dudando nadie que Ruano fue todo un personaje, con visos de hidalguía y malditismo, su biografía —estudiada y bien hecha— todavía falte. Es sin duda una de las asignaturas pendientes más llamativas para los estudiosos de nuestra literatura contemporánea. Con un plus comercial, hoy casi infaltable: una buena biografía de Ruano (bien escrita también) sería un exitazo de ventas. Sin la menor duda. En El retrato de Dorian Gray (novela que seguro gustó a Ruano), lord Henry Wotton, el aristócrata refinado y amoral, le dice al hermoso Dorian, cuyo retrato juvenil está pintando un amigo común: “Tus días son tus sonetos”. Algo así como: “¿Para que escribirías poesía si tú ya la haces viviendo?”. Dorian no escribió nada y César González Ruano escribió muchísimo, pero en eso coinciden: sus días son sus sonetos. Ya estoy esperando esa biografía estupenda.

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