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La Semana Santa de San Vicente de la Sonsierra suscita grandes emociones entre los penitentes.

La Semana Santa de San Vicente de la Sonsierra, un pueblecito de la Rioja que cuenta con algo más de mil habitantes, suscita grandes emociones entre los penitentes. Y… una expectación desmedida por los asistentes, que cada año acuden para contemplar uno de los actos penitenciales más antiguos de España.

La celebración de la Semana Santa en la península tiene múltiples e interesantes manifestaciones; la metafísica cristiana se transmite mediante la peculiaridad de sus procesiones, como… la de Sevilla, que despierta entre los devotos una pasión desmedida. La de Verges exhala intriga por los movimientos sincronizados de los personajes que bailan la danza de la muerte, la de Calanda transmite alegría por el estruendo de sus tambores, la de Valladolid brinda arte en la magnifica plástica de sus pasos, la de Valverde de la Vera está llena de dramatismo por el sufrimiento de los empalaos, la de Granada ofrece belleza en las estupendas estampas que dibujan las procesiones en sus recorridos por el Albaicín y la de San Vicente de la Sonsierra sobrecoge el corazón por el duro rito que llevan a cabo los “picaos” ; cada año unos 35 hombres encapuchados, formando parte de una austera procesión que huye del barroquismo, se flagelan con una madeja de algodón, manteniendo viva un ceremonia que sigue intacta desde la Edad Media.

Respeto

El acto penitencial que tiene lugar en San Vicente de la Sonsierra es inquietante, tanto para los que tienen fe cristiana como para los que no. A cualquier representación procesional de la Semana Santa se debe acudir con respeto, pero en el caso de ésta hay que añadir una especial comprensión; es necesario mirar esta práctica desde la reflexión, poniéndose en el lugar de los disciplinantes e intentar comprender la convicción que los conduce a autoflagelarse la espalda. Querer saber a ciencia cierta el porqué de este tipo de práctica es imposible, es simple cuestión de fe. Mucha gente piensa que los “picaos” son personas incultas, cuando en realidad la mayoría de ellos tienen un alto nivel intelectual. Respecto a su procedencia, la mitad son del pueblo, un 35% son personas que tienen algún tipo de relación con San Vicente y los demás no tienen con el pueblo ningún lazo. A los algo más de mil habitantes les resulta muy difícil explicar a los casi 20.000 visitantes que acuden cada año una práctica cuyo origen se remonta a otra época.

La actividad penitencial que llevan a cabo los “picaos”, fue declarada de Interés Turístico Nacional en 2005. Una declaración totalmente merecida, ya que es el único resto de esta disciplina medieval que se conserva en Europa, donde comenzó a darse a partir del siglo X en numerosos países. Desde el siglo XVI, como atestiguan los estatutos de la Cofradía de la Santa Veracruz de San Vicente, los “picaos” han realizado en público su particular acto penitencial cada Semana Santa, con la excepción de cuatro periodos históricos que la interrumpieron: la invasión francesa, la guerra de la independencia, la implantación de la segunda república y la guerra civil. A pesar de los avatares históricos y de algunas prohibiciones, como la de 1799, que suprimía la práctica de disciplinarse, costumbre extendida por muchos lugares de España, se siguió practicando en la clandestinidad.

El acto penitencial que tiene lugar en San Vicente de la Sonsierra es inquietante, tanto para los que tienen fe cristiana como para los que no.

A los algo más de mil habitantes les resulta muy difícil explicar a los casi 20.000 visitantes que acuden cada año una práctica cuyo origen se remonta a otra época.

La penitencia

Para poder disciplinarse hay que cumplir unos requisitos indispensables: ser hombre, católico y mayor de edad y en el caso de no pertenecer a la cofradía de la Santa Vera Cruz, llevar un certificado firmado y sellado por el cura de la parroquia a la que se pertenezca, que acredite la fe cristiana, para cumplir la primera regla de los estatutos de la cofradía, “acudir con fe católica”. Antes de la procesión todos los que deciden ser “picaos” se presentan en la sede de la cofradía, ubicada en la ermita de San Juan, donde manifiestan su decisión. Los hermanos cofrades los conducirán a un espacio muy intimo, donde les proporcionarán la indumentaria apropiada, que sigue los cánones marcados por los estatutos de 1551; hábito blanco hasta las rodillas con una apertura en forma de T que se descubrirá para la flagelación, una capucha para mantener el anonimato, un cíngulo atado a la cintura, madeja de algodón con la que se disciplinará y capa marrón con una cruz blanca. Además, se le asignará un hermano que le acompañará y guiará a lo largo de su penitencia. Una vez vestido con los hábitos, el “picao” acude a la procesión, donde se arrodilla y reza brevemente ante el paso que decide hacerle la ofrenda, con el fin de solicitar o agradecer el cumplimiento de una promesa. Acto seguido, cuando se pone en pie, el hermano que le acompaña le retira la capa y le descubre la espalda para que se discipline; entonces el penitente durante un tiempo que ronda los 15 minutos se flagela con una madeja las zonas lumbares, con golpes secos y rítmicos, hasta que el práctico considera oportuno pincharle los hematomas producidos, para amortiguar las lesiones, con la esponja; una bola de cera con seis cristales incrustados. De esta última fase, la de pinchar la espalda, surge el nombre de “picao”. Después el acompañante le cubre la espalda y le coloca la capa al “picao”, conduciéndolo finalmente a la sede de la cofradía, donde las heridas son curadas y lavadas con agua de romero.

En el siglo XVI las mujeres eran habituales en la cofradía, pero desaparecieron. Y sólo hasta 1998 se volvieron a incorporar, participando en el acto penitencial como tradicionalmente lo hacían, acompañando la procesión como “Marías”. Se llaman así por ir vestidas con el manto negro de la Virgen de los Dolores, que les cubre el rostro para guardar su identidad; pueden llevar cadenas a modo de grilletes y van descalzas.

El penitente durante un tiempo que ronda los 15 minutos se flagela con una madeja las zonas lumbares, con golpes secos y rítmicos, hasta que el práctico considera oportuno pincharle los hematomas producidos, para amortiguar las lesiones, con la esponja; una bola de cera con seis cristales incrustados. De esta última fase, la de pinchar la espalda, surge el nombre de “picao”. Después el acompañante le cubre la espalda y le coloca la capa al “picao”, conduciéndolo finalmente a la sede de la cofradía, donde las heridas son curadas y lavadas con agua de romero.

Para poder disciplinarse hay que cumplir unos requisitos indispensables: ser hombre, católico y mayor de edad y, en el caso de no pertenecer a la cofradía de la Santa Vera Cruz, llevar un certificado firmado y sellado por el cura de la parroquia a la que se pertenezca.

 

 

 

Texto y fotos: Lucas Vallecillos

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