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Metástasis óseas en una de cada tres mujeres con cáncer de mama

JANO.es y agencias · 04 abril 2008

La SEOM señala que la metástasis ósea representa un problema clínico muy grave en las neoplasias más comunes, especialmente en mieloma múltiple, cáncer de mama, próstata y pulmón

Ramón Casas (1866- 1932), acaso el más innovador de los pintores del modernismo, fue en su tiempo considerado, ante todo, retratista. La figura humana, bien en solitario, bien en grupo, se erigió en elemento esencial de su obra. Pero Casas fue y es mucho más. Apenas con 15 años emprende el primero de sus decisivos viajes a París, ciudad a la que con frecuencia retorna y en la que madura humana y artísticamente. Como testigo de la vida moderna no eludió su compromiso y, desde una visión realista y descarnada, plasmó en sus cuadros hechos y acontecimientos. Su extraordinario dominio del dibujo acercó a Casas a los formatos más diversos, e inscriben con todo derecho su obra en la elite de la pintura contemporánea española.

Se cumplen 75 años. Aquel 1932 de entreguerras en el que Viena asistía a una Conferencia Mundial por la Paz que serviría de poco; el año en que en Estados Unidos se implantaba el primer marcapasos en un ser humano y España estrenaba Segunda República, Ramón Casas moría en Barcelona, su ciudad natal.

Fue a las 8 de la tarde del 29 de febrero en su domicilio de la calle Descartes. Tenía 66 años y, como mencionan los periódicos del día, “una apoplejía, consecuente acaso con su afición a la buena mesa y al alcohol, apagó la existencia de un artista con profundas raíces populares, un pintor plenamente reconocido y admirado que ha contribuido a dar una categoría universal a la pintura contemporánea española”.

Había nacido en enero de 1866 en una convulsa época de la historia. Momento de profundos cambios económicos, sociales y artísticos en que se sentaron muchas de las bases de la sociedad occidental que hoy conocemos.

Hijo de un comerciante acomodado que había hecho fortuna a lo largo de una estancia de más de 25 años en Cuba y de la heredera de una empresa textil, Ramón Casas, quien siempre estuvo muy unido a su familia, desde muy joven logró el apoyo de ellos. Fue mal estudiante y sus padres aceptaron que a los 11 años abandonase la escuela y entrase en el taller del por entonces prestigioso pintor y retratista Joan Vicens, en donde el joven aprendiz demostró cualidades y potencial a través de una personal forma de captar luces y ambientes que se erigieron en motivos esenciales de su obra en esta primera época.

El horizonte de París

Recogía al testigo de una época, el romanticismo, en el que el hombre vuelve los ojos hacia sí mismo, otea en su sensibilidad interior, afianza su intuición creativa y reniega de oficialismos y verdades absolutas; Casas asume aquellas máximas que defienden y espolean la imaginación y la fantasía.

Pese a su juventud el horizonte en el que vive y pinta le queda pequeño, y apenas con 15 años emprende el primero de sus decisivos viajes a París, lo que le convirtió en el primer pintor catalán que decidió cambiar Italia por la capital francesa. Un París en el que florecen las ideas impresionistas y se impone, de la mano de Manet, el rechazo hacia el encorsetamiento de cualquier escuela y la apasionada defensa de todo aquello que, también a través de los pinceles, muestre verdad y defensa de la naturaleza.

Los estudiosos del pintor coinciden en que estos primeros contactos parisinos, en los que descubre y se ve influenciado por las corrientes impresionistas, constituyen una de las etapas más dichosas en su porvenir productivo.

Mención aparte merece su estrecha y duradera amistad, prácticamente de por vida, con Santiago Rusiñol. A lo largo de los años los dos artistas realizaron múltiples actividades juntos. Siempre con el telón de fondo de la pintura —ahí están los retratos que se hicieron de forma recíproca— efectuaron viajes y exposiciones, compartieron estudios y apartamentos, como el situado en el Moulin de la Galette, y juntos se inscribieron como miembros activos en sociedades artísticas y culturales, como la Societé des Artistes Independants, de París.

Realismo social

La celebración en Barcelona de la Exposición Universal, en 1888, supuso un momento decisivo en la evolución artística del pintor pues integró en sus cuadros la figura humana captada en ambientes exteriores, como si se tratase de un elemento más del entorno, con lo que cultivó aquella solución que la historia del arte denomina plein air.

Será en sucesivos viajes a París, en la década de 1890, cuando inmerso en la bohemia de Montmartre, realice una serie de obras al aire libre que recuerdan a los que en aquel momento pinta su amigo Rusiñol. Casas combina la espontaneidad de estampas en las que la naturaleza cumple un papel protagonista con otras que rescatan rincones de los barrios parisinos que interpreta envueltos en una atmósfera brumosa y melancólica. Así nace ese “impresionismo gris” similar en ambos pintores y que muchos consideran el núcleo de la pintura modernista catalana.

Como testigo de la vida moderna, Ramón Casas no eludió su compromiso y, desde una visión realista y descarnada, plasmó en sus cuadros hechos y acontecimientos. Su producción no es corta en este sentido y esa identificación con su tiempo forma parte habitual de su producción, aunque será en tres cuadros emblemáticos —Garrote vil; Salida de la procesión del Corpus y La carga— donde se revelará con mayor crudeza y valentía.

Las tres obras se hacen eco de la convulsión que la sociedad vive y, muy especialmente en el dramático La carga, se evidencia el audaz propósito de contrarrestar la gastada retórica de las obras de otros pintores que reflejan estampas de la historia.

Desde un plano panorámico el artista parece querer decir, como asomado a un balcón, que también es función de la pintura expresar como testigo de primera mano lo que en su tiempo está aconteciendo.

Retratista e ilustrador

Aunque, como queda dicho, no eludió el paisaje, Ramón Casas en su tiempo fue considerado fundamentalmente retratista. La figura humana, bien en solitario, bien en grupo, es elemento esencial de su obra.

En sus primeros tiempos en París, cuando asistía al estudio de Carolus Duran en el que primaba la devoción por la escuela española del Siglo de Oro, se decantó por una tradición de retrato mundano que pudiera tener un referente inmediato en Manet y otro, más remoto, en Velázquez.

El extraordinario dominio del dibujo acerca a Casas a los formatos más diversos, ya sea como ilustrador, como autor de carteles o de postales o incluso dibujante de azulejos.

Es notable su colección de retratos al carbón de figuras de la política, de la cultura y de la sociedad española de su tiempo, colección que comenzó a elaborar en 1897 a raíz de la apertura del célebre establecimiento barcelonés Els Quatre Gats.

No son pocos los expertos en su obra que consideran esta larga serie como uno de los episodios más sobresalientes de su arte y, por añadidura, de la historia española del dibujo. Son imágenes sobrias que dejan ver la excepcional técnica del artista, su trazo seguro, austero y decisivo que casa con una gráfica ágil y moderna que tiene una de sus expresiones más logradas en la importantísima colección de ilustraciones que publicó en diversas revistas entre 1897 y 1908, que sin duda constituyen una aportación decisiva al naciente cartelismo publicitario de la época.

Esta faceta de su producción, que tiene su mayor reflejo en la revista Pèl & Ploma, llenaba de orgullo al propio Casas pues le permitía expresar su vocación de cronista de la vida moderna.

Hacia el final de su vida el pintor se centró, de modo casi exclusivo, en el género del retrato. En esta última época, y aunque a lo largo de toda su vida fue reconocido y disfrutó de un bienestar económico indudable, en ocasiones se le tildó de convencional y repetitivo. Pero la historia se ha encargado de hacer justicia de modo que, con la perspectiva que dan los años, referirse hoy a Ramón Casas es apuntar al mejor, y probablemente más innovador, pintor del modernismo.

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